jueves, 1 de septiembre de 2011

Destino de señorita





Ana tenía sólo 15 años y ya empezaba a acostumbrarse al desfile de pretendientes que su terca e imponente madre le ofrecía cada viernes. El objetivo de aquella procesión era el de casar a su hija con un hombre adinerado que pudiera ofrecerle un buen estatus social. Juan, el cabeza de familia, consentía cualquier cosa a su mujer con tal de no oírla y hacía caso omiso a las peticiones de su hija de esperar un tiempo hasta que se viera capacitada para cumplir con esa obligación.
Sin embargo lo que realmente quería aquella pequeña era aprender a leer. Aún sabiendo que tenía que arriesgar mucho para que no la descubrieran, Ana todos los días que sus “quehaceres” se lo permitían, salía a escondidas de su casa y se colaba en la cabaña del cura cuándo daban las siete, la hora del vino en la taberna. Aquel lugar era lo que ella asumía como paraíso, aunque realmente de poco le servía. Podía intuir algunas palabras y las buscaba con entusiasmo en algún otro renglón. Su objetivo desde hacía dos meses era el de descifrar toda una página y aunque había días que lo daba por perdido, recordar a la amargada de su madre le daba fuerzas.
Ella quería saber quienes eran esos personajes que portaban las espadas más grandes que jamás había visto y por qué aparecían en los dibujos de los libros, pero su pico de curiosidad llegó cuando percibió que todo cuanto estaba escrito, hacía referencia a los hombres.
Sentía que necesitaba hacer algún acto heroico para ser recordada como una gran mujer que consiguió hacer historia. Su pensamiento volaba imaginando los vítores que recibiría por ser la primera aparición femenina de los textos gracias a sus inventos o a sus actos envidiados por los hombres.
Sin embargo el sueño de Ana se frustró una tarde que fue dada en matrimonio. Su prometido le hizo entender que se irían a vivir al campo y ella se ocuparía de atender la casa, cuidar de su marido y criar a los niños. Ante su futura vida planeada, decidió tomar una medida drástica: su cuerpo apareció un lunes a las ocho, en la cabaña del cura.

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