miércoles, 18 de enero de 2012

Irene




Irene sale a fumarse un cigarro al balcón, mira las estrellas. Se sienta esperando a su hombre, el frío la acompaña y habla, pero ella no responde. Escucha canciones de Sabina, se imagina un gran beso de despedida sin el castañear de sus dientes. Ese hombre escribe poemas, cita a Serrat y a Aute y comete errores gramaticales a lo que ella responde que "teniendo en cuenta la profundidad de sus versos, las faltas de ortografía ni se consideran". Se regalan flores mutuamente y miradas que delatan lo que sienten.

Irene baja de las nubes al suelo, deja atrás su sueños llenos de romanticismo peliculero y se centra en ella. Está en proceso de busqueda de eso que llaman felicidad, le da un largo trago al whisky y una última calada a su cigarro. Y emite una sonrisa al aire lleno de vaho, notando que su interior aún no se ha congelado.

Irene ve los primeros destellos de sol sentada en su balcón, ya no recuerda lo que se le ha pasado por la mente, se ha quedado en blanco pero le ha robado el fulgor a los astros y hoy parece haber reverdecido.

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