lunes, 13 de agosto de 2012

Una historia de amor real




Una noche cualquiera, en el mismo lugar de siempre, Amelia conoció a un chico que hizo que se elevara hasta el cielo con un par de roces. No recordaba que ese mariposeo tan cursi del que habla la gente, existía. Empezaron a quedar y a intimidar, a hablar, a intercambiar miradas y palabras que no hacían más que conmover y persuadir a la que había renunciado a los hombres tres semanas atrás.
Se percató de que había encontrado a su principe azul, un soñador en tiempos de locos, un tipo con ideas fijas, revolucionarias, bohemias... un apolítico con ideología de izquierdas, justo como se empezaba a sentir ella. Max, hasta el nombre le recordaba a los cuentos.
Por primera vez dejó de preocuparse en pensar "¿que pasará mañana?" y se dejó llevar viviendo cada segundo al límite, la felicidad la llevaba marcada en la mirada.
El mes transcurrió sin reparar en el tiempo y las vacaciones de Navidad les hicieron separarse.
Durante su entancia en su ciudad natal, no hacía más que pensar en lo que había vivido, y llegó a una conclusión un tanto extraña para la situación. No estaba enamorada, no sentía más que amistad por Max, se había dejado llevar por aquello que le hacía sentir cómoda. No había un héroe en su vida, sino una heroína, ella misma. Se estaba acrecentando cultural, social y personalmente y empezó a experimentar ese sentimiento de amor incondicional hacía uno mismo que no conseguía alcanzar. Decidió no volver a Madrid, ahora que se sentía bien y plena, estaba dispuesta a dejarlo todo atrás y empezar de cero siendo como realmente quería, se fue a Potsdam sin mirar al pasado, era el tiempo de buscar aventuras.